viernes, 2 de noviembre de 2012

La clase política parasitaria



La imagen del pasado 25 de septiembre de los diputados parapetados tras un dispositivo policial ridículamente desproporcionado, mientras decenas de miles de manifestantes exigían un nuevo proceso constituyente para devolver al congreso la soberanía del pueblo, es sintomática de la deriva que está tomando la relación de la ciudadanía con sus representantes.



A los ciudadanos españoles no nos gustan nuestros políticos. No hace falta devanarse los sesos en exceso para darse cuenta de esta realidad. La ciudadanía sencillamente no se siente representada por sus políticos.

Históricamente el pueblo español nunca ha demostrado mucha simpatía por sus élites gobernantes, precisamente por su condición de élites y por mirar por sus propios intereses más qué por los intereses públicos, pero los efectos de la crisis están provocando una separación aún mayor.

Todo aquello a lo que impunemente se han dedicado los políticos durante estas décadas de democracia -por no perder las costumbres de las décadas pre democráticas- corrupción, tráfico de influencias, enriquecimiento a costa del contribuyente, incluso con mayor intensidad actualmente, se les está volviendo en contra a medida que la ciudadanía sufre las terribles consecuencias derivadas de esta mal llamada crisis. Y a la hora de buscar un culpable de esta crisis, todas las miradas apuntan a las elites políticas y económicas. Aquellos quienes durante décadas han llenado sus bolsillos llevándonos a esta situación.

Este se podría decir que es el pensamiento del ciudadano medio independientemente del  espectro ideológico al que se adscriban, generalizando indiscriminadamente por supuesto, pero de alguna manera muy interiorizado en la imaginería colectiva de la clase media baja, el grueso de población del país, y los que están sufriendo con más intensidad los recortes y ajustes en servicios públicos y sociales.

Razones para pensar así no nos faltan, y en este contexto de crisis las decisiones y medidas adoptadas los últimos años a favor del sector privado, especialmente hacia los bancos, y en detrimento de los servicios públicos, no ayudan precisamente a reducir esa distancia existente entre ciudadanos y políticos.


[Foto: javiratio Flickr account]
El 25s como símbolo del rechazo a la clase política.

La imagen del pasado 25 de septiembre de los diputados parapetados tras un dispositivo policial ridículamente desproporcionado, mientras decenas de miles de manifestantes exigían un nuevo proceso constituyente para devolver al congreso la soberanía del pueblo, es sintomática de la deriva que está tomando el asunto. Para más inri, a estas horas los diputados estaban votando 3 propuestas importantes: una para el aprovechamiento de los alimentos descartados por las grandes superficies, otra para la racionalización y transparencia de las retribuciones de los cargos políticos electos y una última relativa a la lucha contra el fraude fiscal. Las 3 fueron rechazadas. La segunda propuesta sobre las retribuciones de los políticos tuvo solo 6 votos a favor.

Entre tanto, el poder adquisitivo ha caído a niveles de hace 27 años, se baten records de manifestaciones en las calles, y el gobierno ahora pide rescates para la banca a la UE que tendremos que devolver los ciudadanos durante décadas.

Con este panorama no es de extrañar que en la última medición sobre intención de voto de Metroscopia la imagen tanto del gobierno como de la oposición resulte ser demoledoramente negativa. La gran mayoría desaprueba la gestión de la crisis tanto por parte del gobierno como de la oposición. El caso español parece, más que una desconfianza en la política, una desafección institucional, esto es, una animadversión de los ciudadanos para con los organismos que materializan la política y  las personas que representan a estas instituciones.

La clase política española se gana la peor valoración ciudadana de la historia de la democracia.

La desafección de los políticos es tanta, que hasta entre las élites financieras, fielmente protegidas por las élites políticas, se comienzan a oír voces que censuran la falta de movilidad y de eficiencia. Se los empieza a considerar una carga demasiado pesada para que el país despegue y se recupere del azote de la crisis. El sentimiento es mutuo, los políticos tampoco se fían de las élites financieras.



[Foto: PPCYL Flickr account]


“Las élites extractivas”

El término proviene de los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, y con él describen en su obra “Por qué fracasan los países” a las élites políticas y financieras que se valen de las rentas del grueso de la población para encauzarlas hacia el beneficio de unos pocos colectivos privilegiados en lugar de para crear riqueza en pos del bienestar público.

En un reciente artículo en El País, Cesar Molinas propone una teoría de la clase política española haciendo uso de este concepto. En él explica punto por punto cómo se ha llegado a la situación en la que estamos y señala a la clase política como culpable de la misma. Estos grupos cerrados que son los partidos políticos cuyas vías de financiación presentan todo tipo de dudas, se han especializado en crear complejas redes y estructuras de captación de fondos públicos para su propio beneficio (a través de ayuntamientos, cajas de ahorros, las llamadas empresas del sector público…), creando burbujas intencionadamente a su para que una vez que estallen, sus consecuencias acaben recayendo sobre el contribuyente. Y de este tipo de élites hay numerosos ejemplos en España.

La teoría intenta responder preguntas clave como: “¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que le está pasando a España?”, “¿Cómo es posible que ningún partido político tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis?” o “¿Cómo es posible que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y el emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios?” y aplica brillantemente el modelo de Acemoglu y Robinson al panorama político español.

[Foto: PP Madrid Flickr account]
Las listas electorales cerradas y el consecuente sectarismo e inmovilismo que ha estimulado en los partidos, la revitalización de los caciques de provincias que se supieron aprovechar de la descentralización provocada por el modelo de estado de autonomías, el control por parte de los partidos de las cajas de ahorros, y su incursión en otros ámbitos ajenos a la política como es el poder judicial o los organismos reguladores de las distintas industrias, son el caldo de cultivo propicio la creación de una élite parasitaria, que igual decide qué construir, como quién lo construye y a quién se presta el dinero.

Las redes de enriquecimiento tejidas por la clase política están saliendo a la luz, descubriéndose como uno de los principales factores responsables de la crisis.

El resultado de este escenario es la creación de burbujas: la más importante, la inmobiliaria, ya por todos conocida. Las recalificaciones de las administraciones locales y los movimientos de las cajas de ahorros han sido resultado de la acción directa de la clase política. Pero no ha sido la única burbuja que ha dejado miles de millones de deuda después de llenar los bolsillos de unos determinados colectivos. La “burbuja de las renovables”, dejándonos como herencia los precios energéticos más altos de la UE y un déficit galopante que se va incrementando año a año, o la “burbuja de las infraestructuras innecesarias” (también financiadas por las cajas de ahorros), son algunos de los ejemplos más significativos de cómo la clase política ha desarrollado redes de captación de rentas públicas para su propio beneficio y el de las élites afines.

[Foto: EQUO_ Flickr account]
Una vez agotadas las fuentes de riqueza con el estallido de las distintas burbujas, el esfuerzo político emprendido se ha centrado en la defensa de su propia situación de privilegio. Este hecho resulta esclarecedor a la hora de intentar responder las preguntas planteadas al principio. Realmente la única finalidad de las élites extractivas es la de conservar a toda costa el statu quo que les ha permitido enriquecerse. De hecho los millonarios españoles no parecen estar sufriendo los efectos de los recortes, si no que han aumentado sus fortunas durante estos últimos años.

La renovación de la clase política a través de un sistema electoral mayoritario de listas abiertas se ofrece como un principio de solución para  superar el trago, de lo contrario, anticipa Cesar Molinas, la vuelta a la peseta pasará a ser una realidad más que probable.

La teoría evidentemente admite críticas, ya que dibuja a las oligarquías financieras como poco menos que víctimas de los manejes políticos, cuando son estas élites económicas las que presionan para que las leyes se amolden a sus intereses, y defiende a ultranza un sistema neoliberal y electoral parecido al estadounidense (con las ventajas y desventajas que esto supone). Desde luego la tendencia a la desregulación del sector financiero como también propone no parece una solución, sino más bien una de las causas del origen la crisis global.

Pero su acierto reside en su sencillez y en la perfecta adaptación de sus premisas a la realidad política española, así como su capacidad para explicar los procesos que han generado la situación económica actual. Por supuesto como en toda generalización o teoría, no hay lugar a excepciones individuales, pero nos cuesta encontrar ejemplos de políticos de no se hayan visto envueltos en estas estructuras clientelistas y que además no se hayan aprovechado de su funcionamiento, ya sea por acción o por omisión.

La desafección de los ciudadanos para con los políticos se vuelve cada vez más explícita.

[Foto: Fotomovimiento Flickr account]
Los constantes casos que nos brinda a diario la prensa nacional y extranjera no hacen sino constatar la naturaleza parasitaria de las élites españolas. Como ciudadanos estamos observando como la clase política facilita la evasión de impuestos a las grandes empresas y personalidades, parando investigaciones incómodas e incentivando amnistías fiscales a las grandes rentas, a costa de exprimir a las más pequeñas. Algunos de los mayores defraudadores españoles resulta que son los propios políticos.

Entre tanto, las próximas reformas del código penal, parece que se amoldan al comportamiento tipo de las élites extractivas, ya que entre otras cosas criminaliza las ocupaciones pacificas e impone durísimas penas para aquellos que por ejemplo, impidan pacíficamente el desalojo de una vivienda por parte de un banco o movilicen a los ciudadanos mediante convocatorias en las redes sociales. Por no hablar de la multa de 6 mil euros impuesta al único convocante del 25s por "no garantizar la seguridad de la protesta".

Los ejemplos de cómo los políticos se están dedicando a mantener su statu quo a costa de los ciudadanos podrían llenar un almanaque, por lo que no sorprende demasiado el desencanto general con la clase política y sus actuaciones. Aún queda mucho camino por recorrer y las previsiones no son las mejores. Desde este prisma, parece que la incontenible presión ciudadana difícilmente tendrá una respuesta positiva entre las élites políticas. 



Esta es la versión completa de un artículo publicado originalmente en United Explanations el 29/10/2012.