La mayor aportación del llamado movimiento 15M es una alternativa de cambio. La ciudadanía a través de su enfado, propone. Las reformas que consideramos necesarias en el sistema a día de hoy chocan frontalmente con las soluciones que propone ante la crisis una clase política cada vez más distanciada del pueblo.
Sus soluciones pasan por favorecer el negocio de bancos y empresas, evitar a toda costa que los poderes económicos paguen la crisis que ellos mismos provocaron. Esto nos deja a nosotros, los ciudadanos de a pie, como aval de los Estados ante los vaivenes de los mercados. La gestión política que se ha llevado a cabo de la crisis ha venido anteponiendo los intereses de los poderes financieros al de los propios ciudadanos. Cada vez más dinero público para salvar los muebles a entidades privadas. Parecía que esta dinámica que estamos viendo acentuada los últimos años no tenía respuesta en la calle.
Hasta el 15M.
Yo personalmente, no esperaba una reacción así en ese momento. Lo esperaba antes, por ejemplo, con la aprobación de la reforma laboral por parte del Gobierno con la complicidad de los sindicatos.
En cualquier caso, sucedió así y no de otra manera.
La Casta, haciendo uso del término con el que el periodista Daniel Montero describe y detalla la situación de privilegio de la clase política en nuestro país, ante la reacción que supone el citado movimiento ciudadano, ha escogido diferentes estrategias que ha ido alternando según conveniencia: antes de las elecciones del 22M, condescendencia, e incluso cierta simpatía y elogio hacia el movimiento, en un intento de desviar la atención para no darse por aludidos; después de las elecciones, criticas sin tapujos, intentos de desprestigio del movimiento, y en algunos casos, cargas policiales desproporcionadas que por desgracia todos hemos visto. La carga de los mossos en la Pza. Cataluña le dio un nuevo brío a las protestas, que por aquel momento parecían estar decayendo. Tras este suceso, las reacciones de los políticos a las acampadas han sido de nuevo de cierta condescendencia, conscientes del peligro que tiene desalojar las acampadas para su imagen, ya de por si muy gravemente deteriorada. A día de hoy parece que la estrategia pasa por obviar el cabreo de los ciudadanos.
Se ha perdido la fe en el sistema político, ya no en los propios políticos a los que ya nadie esperaba. La ciudadanía exige cambios. Al fin y al cabo, nunca debemos olvidar que el pueblo es soberano, que los políticos y empleados públicos están al servicio de la ciudadanía y no al revés, y que si el pueblo considera que las clases dirigentes así como el sistema de gobierno están gravemente viciados, se han de establecer los mecanismos necesarios para la depuración del propio sistema político y de sus integrantes.
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